Lectura 38, lunes 14 de enero de 2019
Los cuatro amigos
Adaptación del cuento popular de la India
Había una vez cuatro animales que eran muy amigos. No pertenecían a la misma especie, por lo que formaban un grupo muy peculiar. Desde que amanecía, iban juntos a todas partes y se lo pasaban genial jugando o manteniendo interesantes conversaciones sobre la vida en el bosque. Eran muy distintos entre sí, pero eso no resultaba un problema para ellos.
Uno era un simpático ratón que destacaba por sus ingeniosas ocurrencias. Otro, un cuervo un poco serio pero muy generoso y de buen corazón. El más elegante y guapo era un ciervo de color tostado al que le gustaba correr a toda velocidad. Para compensar, la cuarta de la pandilla era una tortuguita muy coqueta que se tomaba la vida con mucha tranquilidad.
Como veis, no podían ser más diferentes unos de otros, y eso, en el fondo, era genial, porque cada uno aportaba sus conocimientos al grupo para ayudarse si era necesario.
En cierta ocasión, la pequeña tortuga se despistó y cayó en la trampa de un cazador. Sus patitas se quedaron enganchadas en una red de la que no podía escapar. Empezó a gritar y sus tres amigos, que estaban descansando junto al río, la escucharon. El ciervo, que era el que tenía el oído más fino, se alarmó y les dijo:
– ¡Chicos, es nuestra querida amiga la tortuga! Ha tenido que pasarle algo grave porque su voz suena desesperada ¡Vamos en su ayuda!
Salieron corriendo a buscarla y la encontraron enredada en la malla. El ratón la tranquilizó:
– ¡No te preocupes, guapa! ¡Te liberaremos en un periquete!
Pero justo en ese momento, apareció entre los árboles el cazador. El cuervo les apremió:
– ¡Ya está aquí el cazador! ¡Démonos prisa!
El ratón puso orden en ese momento de desconcierto.
– ¡Tranquilos, amigos, tengo un plan! Escuchad…
El roedor les contó lo que había pensado y el cuervo y el ciervo estuvieron de acuerdo. Los tres rescatadores respiraron muy hondo y se lanzaron al rescate de urgencia, en plan “uno para todos, todos para uno”, como si fueran los famosos mosqueteros.
¡El cazador estaba a punto de coger a la tortuga! Corriendo, el ciervo se acercó a él y cuando estuvo a unos metros, fingió un desmayo, dejándose caer de golpe en el suelo. Al oír el ruido, el hombre giró la cabeza y se frotó las manos:
– ¡Qué suerte la mía! ¡Esa sí que es una buena presa!
Lógicamente, en cuanto vio al ciervo, se olvidó de la tortuguita. Cogió el arma, preparó unas cuerdas, y se acercó deprisa hasta donde el animal yacía tumbado como si estuviera muerto. Se agachó sobre él y, de repente, el cuervo saltó sobre su cabeza. De nada le sirvió el sombrero que llevaba puesto, porque el pájaro se lo arrancó y empezó a tirarle de los pelos y a picotearle con fuerza las orejas. El cazador empezó a gritar y a dar manotazos al aire para librarse del feroz ataque aéreo.
Mientras tanto, el ratón había conseguido llegar hasta la trampa. Con sus potentes dientes delanteros, royó la red hasta hacerla polvillo y liberó a la delicada tortuga.
El ciervo seguía tirado en el suelo con un ojito medio abierto, y cuando vio que el ratón le hacía una señal de victoria, se levantó de un salto, dio un silbido y echó a correr. El cuervo, que seguía atareado incordiando al cazador, también captó el aviso y salió volando hasta perderse entre los árboles.
El cazador cayó de rodillas y reparó en que el ciervo y el cuervo se habían esfumado en un abrir y cerrar de ojos. Enfadadísimo, regresó a donde estaba la trampa.
– ¡Maldita sea! ¡Ese estúpido pajarraco me ha dejado la cabeza como un colador y por si fuera poco, el ciervo se ha escapado! ¡Menos mal que al menos he atrapado una tortuga! Iré a por ella y me largaré de aquí cuanto antes.
¡Pero qué equivocado estaba! Cuando llegó al lugar de la trampa, no había ni tortuga ni nada que se le pareciera. Enojado consigo mismo, dio una patada a una piedra y gritó:
– ¡Esto me pasa por ser codicioso! Debí conformarme con la presa que tenía segura, pero no supe contenerme y la desprecié por ir a cazar otra más grande ¡Ay, qué tonto he sido!…
El cazador ya no pudo hacer nada más que coger su arma y regresar por donde había venido. Por allí ya no quedaba ningún animal y mucho menos los cuatro protagonistas de esta historia, que a salvo en un lugar seguro, se abrazaban como los cuatro buenísimos amigos que eran.
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