Lectura 44, martes 29 de enero de 2019
El viaje a Marte y la piedra roja
Sara ya no recordaba cuánto tiempo hacía que había salido de la tierra. Debían haber pasado meses, pues su cabello estaba largo, y las provisiones de alimento comenzaban a escasear. No conseguía entender muy bien en qué momento todo había salido mal.
Todo había comenzado como una aventura. Se había sumado a la tripulación del Omega 21, pues quería ser la primera mujer en la historia de la humanidad que encontrase agua en Marte.
Al principio todo había salido bien. Sara era la mejor de su tripulación, superando records históricos en resistencia a la falta de gravedad y condiciones adversas. Con cada triunfo, Sara sentía que su lugar era en el espacio y no en la tierra.
Pasaron meses de preparación. Todo estaba planeado. Despegarían rumbo a Marte para encontrar el precioso recurso que en la tierra faltaba: el agua.
Llegado el día de la partida, cada miembro de la tripulación se ubicó en su cápsula. Este cohete no era como los que tradicionalmente se envían al espacio. Este cohete parecía el cuerpo de una oruga, segmentado y orgánico, lleno de capsulas individuales que buscaban proteger a la tripulación en caso de que algo saliera mal.
Como si dicha prevención se tratase de una maldición, una vez el cohete alcanzó el espacio no soportó el cambio de presión y todas las capsulas volaron en pedazos. Todas menos una: la cápsula de Sara.
Tal vez ya habían pasado meses desde su despegue y en la cabeza de Sara sólo cabían dos opciones: cortar el suministro de oxígeno de la cápsula y acabar con su angustia o gastar el poco combustible que le quedaba tratando de llegar a Marte.
Sin meditarlo demasiado, Sara presionó el temido botón. La nave empezó a moverse a toda velocidad hacia el planeta rojo. Después de horas que parecieron años, la cápsula de Sara se encontraba frente a Marte. Éste parecía menos amenazador de lo que ella creía.
Siguiendo su instinto, realizó el descenso a la superficie marciana. Un poco temerosa, vistió su traje espacial y se aventuró a salir de la cápsula.
Al bajar, agarró una piedrita roja y la empuñó. Tan sólo tuvo que dar tres pasos para ser absorbida por la superficie del planeta y perder la conciencia después de una estrepitosa caída.
Al abrir los ojos, Sara se dio cuenta de que estaba en lo que parecía ser un hospital. Sus compañeros de tripulación, junto a ella sostenían flores. A penas abrió los ojos, estos comenzaron a gritar de alegría.
No sabía exactamente hace cuantos meses estaba en coma, ni cómo había llegado allí. Pero esto parecía no importarle, ya que lo que más la desconcertaba no era saber que jamás había salido de la tierra, sino la razón por la cual mientras yacía en la cama del hospital, continuaba sujetando la piedrita roja en la mano.
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