Lectura 60, miércoles 6 de marzo de 2019


LA PRINCESA CABALLEROSA Y EL CABALLERO PRINCESOSO.

Erase que se era, hace no mucho tiempo y en un lugar no muy lejano, una princesa no muy alta y no muy tímida.

La princesa Esmeralda luchando contra el dragón
La princesa Esmeralda siempre estaba sonriendo, contando chistes e historias de aventuras de caballeros y dragones. Su papá, el rey, le contaba esas historias desde que ella era bebé. Y desde hacía un tiempo, a la princesa le habían entrado ganas de vivir cosas emocionantes como en esos cuentos.

Los reyes y la princesa tenían muchos caballeros en su castillo para pelear por ellos. Peleaban contra los dragones que atacaban sin parar a la ciudad para llevarse toda la comida. El más valiente de los caballeros se llamaba Sebastián. y había derrotado a muchos dragones, echándolos para siempre del reino.

La princesa siempre escuchaba sus relatos y se emocionaba tanto que ella misma quería salir a combatir con su espada. ¡Ah, claro! La princesa Esmeralda había comprado su propia espada con el dinero que le regalaban para sus cumpleaños, y también una armadura plateada y brillante.


Un buen día, no resistió más y se vistió de caballero para que no la reconocieran; se subió a un caballo y se unió al grupo que salía al campo en busca de los enemigos.

El caballero Sebastián se encontraba dando órdenes a todos para que bajaran las armas y armaran las carpas, cuando de repente, miró su espada y les dijo a los demás que estaba cansado de luchar, y que quería ser príncipe para poder descansar y que lo atendieran bien.

Caballeros, princesas y dragones
Todos rieron por que pensaron que era una broma. Entonces, la princesa disfrazada de caballero le gritó enojada que ella misma iría tras el más poderoso de los dragones, ya que él se había convertido en un cobarde. Desenfundó su espada y fue en busca de la bestia, que no se hizo esperar.

Sebastián se asustó al reconocer a la princesa, sabiendo que él debía cuidarla para que nada malo le pasara. Entonces salió corriendo tan rápido que olvidó sus armas, y cuando el dragón se acercó a Esmeralda para lanzarle su aliento de fuego, Sebastián no tuvo mejor idea que gritarle: “¡Alto!”.

Todos se quedaron quietos, incluyendo al dragón, que no entendía nada. Y fue entonces que a Sebastián se le ocurrió que tal vez la bestia podía entender si él le hablaba tranquilamente.

Así que continuó explicándole que todos podían convivir en paz en el reino y trabajar juntos.


Fue entonces cuando llegaron los reyes, quienes habían partido en busca de la princesa, y como vieron que Sebastián había mostrado mucho más valor con sus palabras que con su espada, le otorgaron en matrimonio a su hija Esmeralda, quien aceptó encantada al comprender que la verdadera valentía no proviene de las armas ni de la violencia, sino de un gran corazón.

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